Levítico 19, 1-2. 17-19. Salmo 102. 1Corintios 3, 16-23. Mateo 5, 38-48.
Homilía: Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy séptimo domingo del tiempo ordinario me parece un montaje de película o de teatro. Cuando uno le da una bofetada al ser humano, su reacción refleja o casi automática, es responder al golpe con otros golpes, o protegerse la cara contra el eventual segundo golpe o huir. Pero poner la otra mejilla no es habitual. Parece una locura un abuso y una injusticia aconsejar a alguien que acaba de recibir una buena bofetada que ponga la otra mejilla y la exponga al mismo tratamiento.
Los judíos arreglaban las peleas de una manera violenta y exagerada. Si te quitaban un dedo y si tú podías arrancar a la persona sus pies sus manos y todo lo que tú pudieras, eso estaba bien visto. Te mataban un miembro de tu familia, si tenías la posibilidad de acabar con todas las familias del que te mató un miembro, adelante. Eso era horrible. Así llegaron a este acuerdo de ojo por ojo diente por diente mano por mano. No más. Éxodo 21 ,20. Levítico 24, 20. Deuteronomio 19, 21.
Pero Jesús hoy nos dice algo que nos sorprende. Él no está instituyendo la injusticia o el abuso a los débiles cuando él nos dice de hacer mejor que lo que estaba. De superar el ojo por ojo diente por diente. En realidad la violencia siempre genera violencia. Y son pocas las personas que pueden seguir golpeando a alguien que se deja golpear y no trata de defenderse. (Dejemos a un lado los casos de castigos donde el culpable debe ser sometido a estos tratamientos, o los drogadictos y terroristas quienes asesinan a todo lo encuentran en sus caminos sean culpables o no.) Dejando estos casos extraños, nadie tiene el valor de hacer daño a un inocente que lo está mirando con calma.
Jesús nos está proponiendo comportamientos pacíficos que hagan pensar al adversario, al defraudador, y probablemente les pueden conducir a una conversión. Que es lo más preferible, para el cristiano: Responder a un golpe con otro golpe y dejar el adversario decir: “¡Oh o! estos cristianos son tan violentos como nosotros que no creemos en nada” o no responder al golpe y que digan: “¡Qué raro, qué pacíficos son! Estos cristianos tienen algo más que nosotros.” Claro no vamos a dejar que abusen de nosotros por gusto. Esto no vale la pena, y tampoco es el mensaje del Evangelio. La clave es hacerlo para ganar al agresor a Cristo. Para que vea que ser cristiano es distinto y mejor, y que una sociedad cristiana es la más feliz que pueda existir.
Quisiera contarles dos historias.
Primero: Es la historia de un policía que perdió uno de sus hermanos en un accidente de tráfico. De hecho él está haciendo una venganza permanente poniéndole multas a cualquier chofer o usuario de la vía que cometa una infracción o no. Cuando sale a la vía él para el primer vehículo que encuentra e inventa una irregularidad y pone una multa. Los usuarios de la vía que logran escapar son los que tienen suerte y pasan en el momento cuando está poniendo la multa a alguien. Y apenas termina de multar a uno vuelve a la vía y para otro chofer sin razón. Así pasa sus días de servicio castigando a todos los conductores que pasan por donde él está. A veces el mismo pone trampas de circulación escondidas en la calle, para que los usuarios caigan en ellas. Este policía siempre cuando sale de su casa para el servicio, su objetivo es castigar a los usuarios de la vía, porque él los toma como culpables, que causaron la muerte de uno de sus hermanos.
La segunda historia es de una mujer que se me acercó un día en Cuba, cuando terminé la misa en el convento de las madres carmelitas. Ella estaba llorando y sus lágrimas salían como si fuera la lluvia. Yo noté que ella tenía algo muy serio. Pues, me dijo con la voz muy cerrada: “Padre, se me murió el único hijo que tengo.” Le pregunté: “¿Qué le pasó?” Ella me contestó: “él vivía en extranjero. Me dijeron que tenía fiebre y que estaba vomitando, lo llevaron al hospital. Parece que no tuvo la atención necesaria y falleció. Estoy haciendo las gestiones para el transporte del cuerpo, porque lo vamos enterrar aquí.” ¡Mira padre! Continuó ella, “soy médico. Si yo hubiera estado allí, lo habría atendido y él no hubiera muerto.” Le pregunté: “¿Piensas que murió por culpa de los médicos de allí?” “Sí padre.” Dijo ella y siguió llorando intensamente.
Yo estaba tratando de consolarla, conversamos como media hora o algo poquito más. Y antes de separarnos, ella me dijo algo que me dejo apreciar la calidad de vida humana, cristiana, y espiritual que ella tenía. Ella dijo: “Ellos dejaron morir a mi único hijo. Pero yo, como médico, nunca voy a dejar morir un paciente por culpa mía. Voy siempre a hacer lo que puedo aun si es necesario dar mi vida para salvar la de las personas que están bajo mi cuidado. Lo que pasó con mi hijo me afecta muchísimo, pero eso no me va hacer negar mi atención a los que lo necesitan.
Yo me quedé admirado, era como si ella acabara de hacer una profesión de fe en Dios y en el Santo Evangelio de Jesús. Yo pude sentir la fuerza del alma que ella tiene y ver que lo que le sucedió es una lección para ella a no brindar malos servicios porque ella misma fue víctima de un mal servicio. Yo vi que además, el evento de la muerte de su hijo se volvió en fuente de energía donde ella iría a sacando fuerza, ánimo y el empeño para atender a los que necesitarán su atención.
Estas son las historias de dos personajes distintos el policía y la mujer medico. ¿Cuál sería la que tú aquí presente tomarías como ejemplo? Cada uno hará su elección.
Pero sabemos que la violencia es el actitud típico de los que no tienen salvación. Nosotros que somos salvados estamos convencidos de que al responder con violencia a la violencia, podemos matar al asesino que nos mató a alguien, pero no vamos a poder con nuestra violencia matar a la muerte. Con violencia podemos matar al mentiroso, pero no vamos a poder matar a la mentira in instaurar la verdad. Con la violencia podemos matar al terrorista, sin embargo no vamos a quitar el terrorismo. Tú puedes con violencia matar al que te odia pero no puedes matar al odio. Al responder a la violencia con violencia tú no quita la violencia del mundo sino que la estás al contrario promoviendo.
Jesús nos quiere perfectos, santos como su Padre, nuestro padre es perfecto. La perfección humana, no es únicamente la excelencia en las cosas técnicas, no solamente en el progreso económico y en el desarrollo material, sino también en cuanto el hombre crece en la fe y sigue los mandatos del Señor: amar, amar y amar a los enemigos.
Eso quiere decir, que aunque estemos sintiendo el dolor de la puñalada no sacamos nuestra espada. Mt 26, 52. Aunque estamos sintiendo el golpe en la mejilla volvemos a dar la otra mejilla. Mt 5, 38. Aunque el enemigo nos está persiguiendo estamos aquí tranquilitos rezando por el, Mt 5, 44. Dejamos nuestra túnica al que se nos la quiere quitar, Lc 6, 29… [Eso no tiene sentido ni a los ojos ni al oídos de los que no tienen fe. Solo para nosotros que creemos en Jesús, sabemos que es el camino correcto, que lleva al mundo perfecto, al reino de Dios. Así sea.